domingo, 25 de abril de 2010

“Verba vana… apta non loqui”

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Si si… esta fue mi primera experiencia como “profe” de Letras. Si bien yo había tirado las redes el año pasado, fue en febrero de 2010 durante una conversación telefónica con la profesora Peretti que me ofrecí para lo que pudiera necesitar en el taller inicial que todos los años el Rosario Vera Peñaloza dicta a los aspirantes de las carreras de los profesorados. Fue una combinación de la persona justa con el momento indicado. Así fue como comenzó la historia de un alumno de primero en el dictado de un taller inicial. La cosa devino en que el exceso de alumnos de inglés, (dispersos entre las aulas de las demás carreras) hizo que el Profesor Benites los agrupara en un sólo curso y me ofreciera la oportunidad de  llevar el taller adelante.  Imaginan mi respuesta…

Esto escribía yo en un tramo del informe que tuve que redactar al finalizar el taller: “…confieso que tuve un momento de lucidez cuando, al ponerme de cara a los chicos, me tomé diez segundos para tomar conciencia de lo que estaba por empezar. Quise retener esos instantes y grabarlos en mi memoria, porque estaba por dar el primer paso de algo largamente soñado. Sentí el corazón galopando, mucho vértigo y emoción. Al levantar los ojos, las caras de casi 20 chicos esperando mi primer palabra, un primer gesto. Recorrí cada mirada para ratificar –una vez más- que esto era lo que quería, que para esto debo seguir formándome, pero sobre todas las cosas, que es esa mirada la que justificará de aquí en mas, cada hora robada al sueño.”

Todo esto sucedió en el mes de marzo de 2010 y no podía, obviamente, dejar de escribir sobre ello. Como tampoco no recordar a los que me ayudaron de una manera o de otra.

El día de la foto (previo al examen) estaban a mi izquierda Sole Cabrera, Gabriela Gattoronchieri, Lourdes Barrere, Vanesa Baldrich. Y a mi derecha Emilse Pedro, Ruth Ramos y Robertito Dávila. Los que faltaron (asumo que se quedaron estudiando…) Cristian Maciel, Mara Barboza, Marina Aguirre, Silvia Bonamino, Sole Baldrich, Verónica Quintero, Sabrina del  Gesso (que se pasó a Letras) y Melina Vargas. Quedan todos ellos en mi memoria y para siempre con un afecto especial. No sólo porque fueron los primeros, sino porque también me hicieron entender que uno siempre está aprendiendo.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Del significado y el significante, primera parte: la ciencia del asombro

Millones de leyendas circulan por doquier. Las hay que explican el origen del mundo, del hombre, de todo lo que nos rodea incluida cada piedra cada montaña, cada rio. Es claro que desde los presocráticos hasta nuestros días, hemos necesitado saber la respuestas a esas preguntas. Y hasta que los gringos inventen la máquina del tiempo (¿la tendrán guardada en algún sótano?) vamos a tener que recurrir a nuestra imaginación.

Sin embargo yo me pregunto, ¿cuál sería el valor agregado de conocer esas respuestas? O dicho de otra manera, ¿no está ese conocimiento inscripto en nuestra memoria genética? Te tembló la columna; ya lo sé. Pensemos en esto: los griegos le encontraron el alma al hombre con el simple asombro. ¿No es fuerte? No usaron alta tecnología, ni aparatos sofisticados de medición. Así todo, pusieron las bases de lo que luego sería la ciencia moderna, que se convirtió rápidamente en un buen negocio. Así apareció la tecnología: ni más ni menos que las aplicaciones de la ciencia. No digo que esté mal. Sólo estoy dando cuenta de un hecho objetivo.

Pero no me animo a comparar, o trazar un paralelismo entre las dimensiones de los descubrimientos de aquellos con los avances que vemos hoy en día por los medios. Y no es que no doy valor a la penicilina, por poner un ejemplo al azar. Estoy hablando de cosas que hayan puesto un codo en la historia de la humanidad y que la hayan hecho crecer en su totalidad. Pienso ahora, los griegos intuyeron la presencia del alma. Pero la ciencia moderna, ¿la pudo “ver”?

Perdón, me olvidé. No todos creen en la existencia del alma… Aunque en definitiva, no pretendo demostrar nada, ni convencerte de algo. Simplemente hago esta pregunta: ¿cuál fue la última verdad que te sacudió esa alma en la que no creés?

El proverbio latino afirma: verdad intuida, verdad aprendida. ¡Obvio! Hay otras formas de conocer.

Del significado y el significante, segunda parte: la verdad verdadera

Sin embargo, el asombro desde mi punto de vista, está hoy enmarcado en una experiencia sensorio – visual. A ver, pongamos un ejemplo. A nuestra casilla de correo llega un archivo pdf que nos muestra un perro dando vueltas como loco tratando de morder su cola; un bebé bailando delante de un plasma que muestra un video de Rihanna; accidentes domésticos en el patio de atrás de una casa; o veintitantas fotos de paisajes simétricos y –sobretodo- lejanos. ¿No me van a decir que no se asombran de eso? Y estoy dejando de lado los correos de chistes, cadenas sanadoras, búsquedas de personas y los de alto contenido erótico. ¡Impresionante! Todo en un mismo lugar, sin salir de tu casa, por el mismo precio y en tu computadora.

La ciencia ha conseguido meter el mundo en un monitor de lcd. Hay que reconocerlo, tiene su mérito. ¿Quién hubiera pensado que la realidad te llegaría por fibra óptica a $ 96,80 por mes? Sócrates, Platón, Aristóteles calientes como una pipa, porque no tuvieron la “suerte” de que la realidad se plantara delante de ellos. Por el contrario, tuvieron que salir de su casa, en una noche estrellada a mirar el cielo. Y como si esto fuera poco, tuvieron que resolver el problema del valor de la verdad. No sólo por desconfianza. Sino porque eran conscientes de aquello que existe en el hombre y que naturalmente lo hace aspirar a la verdad. Y esto es una verdad irrefutable. 

La enorme ventaja que tenemos nosotros es que no necesitamos hacer este cuestionamiento. Ya no es necesaria la desconfianza, ni quemarnos la sesera dilucidando si las cosas se definen por si mismas, o si su entidad ontológica se define por su antítesis. Sí, estoy siendo irónico.

Vamos a decirlo de una vez por todas: “las cosas de valor sumo es preciso que tengan otro origen, un origen propio, ¡no son derivables de este mundo pasajero, seductor… ! antes bien, en el seno del ser, en lo no pasajero, en la cosa en sí…” Y no lo digo yo. Lo escribió Nietzsche en Más allá del bien y del mal. Y eso que en su época no había internet. Imaginate sino…

¿Me explico? Hago un copete: la razón no puede darnos todas las respuestas. La realidad que tenemos frente a nuestros ojos no es absoluta. ¿Entonces? Hay que desconfiar. Y para esto hay que incluir en nuestro modo consciente de percibir el mundo al instinto. Como tal, el instinto tiende per se a la conservación de la especie. Moviliza la intuición para mantenernos alertas y sacudirnos. Y ojo, esto tampoco lo digo yo.

Del significado y el significante, tercera parte: develando el misterio

Antes de que desbarranque (definitivamente), voy a tomarme unos minutos para explicar un concepto. Sabrán disculpar. El significado y el significante son los elementos constitutivos del signo. Es como la cara y la seca de una moneda. No se concibe la moneda sin sus dos lados. El ejemplo clásico es el humo que se ve a lo lejos y que nos dice que hay fuego. Donde el significante es el humo y el significado es el fuego. ¿Me explico?

Ahora bien, le damos una vuelta de tuerca al tema y decimos que en la palabra sucede lo mismo. Cuando decimos por ejemplo “perro” una determinada combinación de letras genera un efecto sonoro que nos devuelve un concepto: animal cuadrúpedo, mamífero y mejor amigo del hombre. Aquí el significado es este concepto y el significante es el efecto sonoro. Y el último detalle, no por ello menor, es que el emisor y el receptor del sonido tienen en común además un mismo código para transmitir esa palabra. Exacto, comparten la misma lengua.

Quizás estoy sintetizando demasiado la idea saussureana, pero a los efectos de este blog, es suficiente. Bien, retomemos y pongamos tres ejemplos.

  • “En San Antonio de Areco la ley es papel mojado” (nota de Página 12 edición digital del 30 de diciembre de 2009)
  • “La situación de Areco está un poco mejor y los vecinos vuelven a sus casas” (nota diario La Nación edición digital del 30 de diciembre de 2009)
  • El tercer ejemplo es este
    M H T L O X D R C
    E S E N C I A L X
    F Q M E S T H C B
    I N V I S I B L E
    I H K A Ñ C W Z C
    T G H L O S N R V
    S E I O J O S T B

Los dos primeros ejemplos hacen referencia a la fuerte tormenta de finales de diciembre que puso a esa ciudad bajo el agua. Pero es evidente que, aunque ambas tocan el mismo tema, le dan un enfoque absolutamente diferente. Más allá de las ideologías, el significado que se quiere transmitir tiene tintes diametralmente opuestos. Incluso, para un lector muy ingenuo, quizás no sepa con exactitud de qué se está hablando si sólo hubiese leído el primer ejemplo.

Entonces la pregunta llega solita: ¿qué seguridad tenemos que la verdad que tenemos frente a nosotros no está parcializada? ¡La verdad se convierte en no verdad! Porque atenta contra la realidad. De aquí la necesidad de que cuando “leemos” la realidad sea imprescindible que nuestra consciencia sea asistida por una desconfianza vital, por la intuición inteligente. Seguramente hay algo más que lo que nuestros sentidos perciben. ¿Por qué? la respuesta está en el tercer ejemplo.

Si es difícil decodificar los mensajes en nuestra propia lengua, quedamos huérfanos si se cambia el código de la comunicación. ¿Será entonces que las grandes verdades nunca están a simple vista? ¿Que permanecen resguardadas para que lleguemos a ellas sólo cuando las buscamos?  Entonces cuanto más misterioso es un texto, cuanto más simbólico, más valioso es. Serán entonces sólo esos los que nos llenen de asombro.

El tercer ejemplo es una sopa de letras que encierra un mensaje codificado. Nada más sencillo. Sólo hay que saber mirar. Exactamente los mismo que hay que hacer cuando miramos el noticiero o leemos el diario.   

 

lunes, 14 de diciembre de 2009

Al que quiere celeste…

Primer Parcial 2

Hace ocho meses atrás, escribía sobre mi vuelta a los claustros. De hecho, releo la entrada y percibo expectativa y por qué no, una cuota importante de ilusión con un pequeñísimo dejo naif. Y el balance no está nada mal: cursé cinco materias, las aprobé a todas y rendí tres finales en la llamada de noviembre – diciembre. Ex profeso, dejé dos para febrero que, de haberlo decidido, las hubiera dado también en la primer llamada. Decidir esta postergación, fue lo que marcó mi año académico. Para bien, claro…

Recuperado del curso de ingreso, rápidamente tomé ritmo seleccionando las materias que iba a cursar. No fue una decisión sencilla. Quería hacerlas a todas, pero entre la complejidad de los horarios de cursada y el saber que en mayo empezaba mi nueva etapa con Pao, era claro que tendría que optar por cinco materias máximo. Así lo hice. Las más difíciles fueron las elegidas. Lo que en la jerga se denomina las materias “duras” de este primer año: Lingüística, Historia de la Literatura, Teoría Literaria, Psicología y Filosofía.

Fuimos a por ellas con alguna que otra dificultad. Pero lo más rescatable fue el haberme puesto a prueba, la adrenalina, la satisfacción que no se ha perdido la cintura y cualquier otra metáfora que se les ocurra…

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Lo único que me pasó factura fue el cuerpo. Volviendo a parafrasear a Sandrini, cuando el cuerpo (junto a la mente, claro…) me dijo basta, fue cuando decidí rendir dos materias en febrero. Y lejos de vivirlo como una frustración, me sentí muy bien haciendo esa elección: no podía poner en riesgo la escala de valores que había mantenido todo el año. Hubiera sido una exigencia demasiado grande para mí y para mi entorno.

A lo largo del año tuve devoluciones de muchas personas (algunas insospechadas) que reconocieron mi deseo de volver a estudiar en este momento particular de mi vida. Y eso fue importante para mí. Más de lo que hubiera sospechado. Porque si bien era una asignatura pendiente, fui consciente de las implicancias ahora que hago mi balance. Sí ché, estoy muy contento…

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El año que viene haré las materias de primero que me faltan. Como son las más livianas, seguro que me tentaré con alguna de segundo. Pero seguramente podré mirarlas de pie sobre los hombros del gigante.

domingo, 21 de junio de 2009

Hubiera querido que lo conozcas…

En mas de una oportunidad le dije a Ramiro que me hubiera gustado que lo conociera. Y obviamente descarto la ganas de mi viejo por conocerlo a él. Papá y yo en Córdoba0001 Pero después de mucho tiempo caigo en la cuenta que yo soy el nexo entre los dos. Imagino una cena los tres, allá en Primera Junta, o una famosa salida Abad de cine de domingo por la tarde. Y vuelvo a pensar que soy el nexo entre los dos. Porque hoy por hoy ambos me necesitan para saber quién es el abuelo y quién es el nieto. Entonces pienso en los almuerzos familiares en Avellaneda, con mi vieja, mi hermana, las nenas… y cómo la realidad, que podría ser idéntica, me dice que con los vivos también soy el nexo.

La presencia no nos garantiza ni el amor ni la armonía. Sólo nos da la posibilidad de que nos amemos. No sin ironía me pregunto cómo hubiera sido el almuerzo de hoy si hubiésemos estado Rami, papá y yo en Primera Junta. ¿Tan bueno como el que fue? ¿Hubiera cocinado él como lo hice yo hoy? Preguntas que sólo yo me hago y de las cuales tengo la respuesta. Sin que esto le quite mérito a nada de lo que imagino o de lo que realmente es hoy.

Porque lo más interesante es que lo genes se potenciaron. Cuando miro a uno, el parecido con aquel me estremece. Cuando me acuerdo de este, los gestos y posturas se reeditan como si estuviera vivo, en el otro. Y estoy seguro que cuando sea grande, Ramiro será muy parecido a su abuelo.

Y sigo destinado a ser el nexo. Y no me molesta. Porque de los que están, tengo su afecto. Y de los que no, la gran ventaja de rescatar lo mejor. De contar sólo las historias que me llevan a lo más feliz de mi infancia. Incluso de inventar alguna que otra cosa, para llenar algún espacio que la memoria se encargó de dejar atrás.

De todas formas, me quedé con las ganas de saber de qué hubiéramos hablado los tres en un almuerzo del día del padre. Aunque hubiese tenido que cocinar yo.

domingo, 12 de abril de 2009

Habemus literato

Manu a la vela

¿Les conté que quería retomar –de nuevo- los estudios? El año pasado decidí volver a los claustros. Básicamente esta decisión está basada en que puedo disponer de otros tiempos durante la semana. Pero por otra parte, siento que el volver es algo que decanta por su propio peso y que es obvio que este año vuelva a estudiar. No sé si me explico… A ver. Más allá de que es una asignatura pendiente, hacia mediados de 2008, me dije a mi mismo que volvería. Pao me contó del Rosario Vera Peñalosa que es el profesorado donde ella estudió el magisterio y que tiene su sede en Ballester a 6 cuadras de la estación. A fin de año me acerqué para averiguar. Había vacante. ¿Había que esperar alguna señal más?

Inmediatamente proyecté el cuadro de situación: tenía que dejar el gimnasio, y me esperaba un gran cambio de horario ya que las clases empiezan a las 18 y terminan  a las 22. Es decir, salir corriendo de la oficina (gracias Sandra!!!) y cumplir con la cursada completa para llegar a casa  a las 22:30. Y no me vengan a decir que mucha gente lo hace… Es verdad, pero tienen 20 años menos que yo!

Y reforzando esta teoría, el cambio de ritmo me pasó factura en el examen de ingreso. Porque es como tener dos laburos. Es verdad que no es la primera vez que lo hago, incluso en coyunturas mas complicadas. Pero lo que le faltó a las otras ocasiones de decisión, a está le sobra de ardua.

El ingreso fue muy divertido. No porque no fuera complejo. De hecho tuvo sus bemoles. Pero volver al ruedo, retomar el discurso literario, caminar senderos que se bifurcan, argumentar y refutar, fue en la misma medida maravilloso y desgastante. Ya soy alumno regular (amo este concepto jaja. ¿No les suena a un vaso de café con azúcar y crema?) pero el paquete viene con sorpresas! Veré cómo me organizo con la carga horaria y la intensidad de las materias. Lo que no podía faltar era que participara en otro blog, El Yo Literario

Más allá de cualquier logística, la vida me da otra oportunidad. ¿Que si la voy a aprovechar? Obvio. Por lo menos hasta que el cuerpo aguante, diría Sandrini.